Octavo día de confinamiento
こんにちは!
¿Cómo estáis?
Empieza otro lunes de estar en casa, siendo conscientes que aún tenemos que resistir un poco más. Pero bueno, al mal tiempo buena cara. Aunque debería aplicarme un poco el cuento.
Hoy es uno de esos días que destacan sobre los demás. Esos días en los que, nada más sacar un pie de la cama, ya sabes que va a ser el izquierdo. Esos días en los que el café con leche es salado, las magdalenas están secas y el arroz se hace más de la cuenta.
Esos días en los que Twitter es un mar demasiado revuelto. Donde la piel es demasiado fina y las noticias exageradas, normalmente escritas por personas de dudosa fiabilidad, hacen que tu día se convierta en un día de mierda.
Sí, día de mierda. Me sabe muy mal romper todo el buenrollismo que llevaba predicando estos días, pero no me apetecía escribir algo con lo que no me sintiera bien. Es lo que hay.
Mi madre siempre me ha dicho que mi cara es casi transparente. Que si no me gusta algo, se me va a notar. Si algo me disgusta, se me va a notar. Y que si algo me entristece, van a caer las lágrimas en cuestión de minutos. Y es lo que me ha pasado hoy.
Me he levantado y el confinamiento me ha dicho hey, hoy va a ser un día duro amiga. Y efectivamente, lo ha sido. Las clases han sido eternas, no tenía ninguna idea que me pasara por la cabeza, he intentado pintar (cosa que me relaja bastante) y me ha venido un mal recuerdo del Bachillerato que ha hecho que se me cayera todo por la mesa. Los rojos se volvían marrones. Y el blanco se ha cortado.
Así ha sido todo hasta que nos hemos sentado a comer y, como de costumbre, encendido la radio. Con la carne dando vueltas arriba y abajo, más mareada que un guisante en la boca de un viejo, he oído en La ventana la siguiente historia: Ánder, un chico que está viviendo la cuarentena con sus gatos y su hermano. Hasta allí todo bien. Carles Francino, mi presentador favorito de radio y conductor del programa, le ha preguntado ¿y cómo ves la cuarentena desde tu ventana?. Quería evadirme, no quería escuchar nada más, hasta que Ánder ha dicho soy ciego, así que la cuarentena me toca escucharla.
En ese momento, me he sentido como si fuera un cristal roto en mil pedazos y que éste fuera el golpe necesario para romperlo del todo.
Él ha seguido contando cómo vivía estos días de cuarentena y cuál ha sido su perspectiva. Y sus planes, ideas... Y mientras yo, me he quedado absorta mirando el plato de lentejas pensando. Pensando en cómo un día malo puede amargarnos cinco de buenos. Cómo la perspectiva de las cosas puede cubrir momentos especiales.
Cómo en estos días tan raros, por llamarlos de una forma, nos han hecho intentar estar al 200%. Cuando muchas veces necesitamos un poco de silencio con manta y sofá para resetearnos.
Y soy consciente que me cuesta escribir esto, ya que las lágrimas en los ojos me nublan la mirada. Pero sé que esta es de las miradas más reales que os puedo ofrecer. Y que, al fin y al cabo, me obligo a mí misma a sacarlo para descansar un poco.
Y para darme cuenta que llorar tampoco está mal. Y que muchas veces, necesitamos volver a la casilla de salida para verlo todo desde otra perspectiva. Y más en estos días.
Hasta mañana,
B.
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