Decimoséptimo día de confinamiento
こんにちは!
Esta mañana me he levantado más tarde de lo normal. Claro, el cambio de hora.
He subido la persiana y abierto la ventana , para salir fuera (hipotéticamente) y asomarme al balcón. Me ha dado por pensar en el valor de las cosas.
Pues sí, me he puesto poética. Aunque también os digo que la situación acompañaba.
En tiempos como estos, de cuarentena, hemos tenido que dejar de lado algunas cosas: las salidas a tomar algo, los abrazos furtivos, escaparse a la montaña un domingo... Todas esas cosas, que sinceramente menospreciábamos (o no le dábamos el valor suficiente), hoy nos faltan.
Y hoy las echamos de menos.
No sabéis lo que me sorprendió el día que sentí lástima por no ir a clase. Yo, que deseaba poder quedarme en casa un miércoles por la mañana. Que intentaba escaparme de las clases para poder ir al patio de delante a la universidad a tomar un poco el aire. Sí, la echo de menos. Y sobre todo, lo hago porque este es mi último trimestre. Y no sé si voy a volver a pisar la universidad.
También echo de menos las tardes de bravas con una cerveza; o de los nachos con queso. Estar en un bar, sin pensar en nada más. Simplemente mirándolo a los ojos y contándonos mil chorradas. Hablando del último anime que hemos visto o de cómo me ha ido esa mañana en la Facultad. Parece una tontería, pero me emociono al pensar volver a eso. O cuando estábamos en uno de nuestros bares favoritos, repleto de objetos y cuadros típicos del estilo steampunk. (¿Sabéis cual os digo? Ese estilo de los sombreros de copa, gafas cyber, gatos mecánicos, colores oscuros... Me encanta. Es el sitio al que te mueres por ir para sentirte como en casa). Lo que decía, estando en ese bar disfrutando de la música y riendo. Viendo que somos invencibles. Que podemos hacer lo que nos apetezca cuando nos apetezca.
Y ahora, ni os imagináis lo que deseo.
¿Y qué me decís de las quejas por la gran gente que hay en el centro de Barcelona? Uf, ¿al centro? Qué pereza, hay mucha gente. Ay amiga, ojalá te dijeran eso ahora. Poco tardarías en calzarte y salir por la puerta de casa.
O de salir por salir: ir a dar una vuelta a la manzana, a ese sitio secreto que todos tenemos en la playa, a cantar a viva voz a un karaoke, a abrazar a nuestros familiares. O a esa amiga que tanto tiempo llevamos sin ver y que necesitamos darle un buen achuchón.
Parece que todo está yendo según las previsiones. Aún nos queda, pero cada día que pasa y que nos quedamos en casa, siendo responsables y diciéndole no al virus, es un día que estamos más cerca de volver a tocar con las manos a la persona que todos tenemos en mente en este momento.
Volverá, está claro. Pero no saber cuándo ni cómo, me ansia.
El reloj es nuestro mayor amigo y enemigo a la vez: lo miramos cada diez minutos deseando que hayan pasado tres días de golpe. En estos que parecen ser iguales, que los dígitos no cambian. Pero a su vez, cuando tenemos entre nosotros un buen libro, un café exquisito o simplemente estamos disfrutando de la compañía de la persona que está al otro lado de la pantalla, deseamos que por un momento, frene.
Tic. Tac.
Tic. Tac.
No prometo volver mañana, ya que llevo unos días muy distraída y poco creativa. Pero prometo volver.
Gracias por leerme un día más,
B.
P.D. Que ganas de verte sin una pantalla de por medio.
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