Reconozco que tenía muy claro desde que empecé la carrera que encontrar trabajo no sería sencillo. Quiero decir, buscar entre tantísimo para encontrar tu pequeño hueco en el que aportar algo.
Pongamos mi caso, por ejemplo: me apasiona la radio. Desde hace muuchos años lo primero que hago por las mañanas es encenderla y escuchar las noticias del día. Es algo automático e inevitable. De hecho, cuando iba a la universidad, mi rutina matutina estaba estrictamente reglada por ella. Os explico: cuando escuchaba el resumen, es decir, los puntos más importantes del día, tenía que estar sentada en la mesa de la cocina desayunando. Cuando escuchaba la predicción del tiempo, la cama debía estar hecha. Y al empezar la tertulia, ya tenía que estar saliendo por la puerta de casa.
Pero a su vez, me apasiona escribir. Desde pequeña que tenía mis pequeñas novelas (que ya no releo por vergüenza propia, todo tiene que decirse). Y considero el escribir mi mejor terapia.
¿Y qué hago con eso? ¿Qué hago? Podría dirigir mi carrera a ser una locutora de éxito (me he flipado, pero ya me entendéis). O podría dedicar mis días a escribir para un periódico, mientras termino mi primera novela. ¿Qué hago con tanta incertidumbre? ¿Por qué en la universidad no me avisaron de ello, del dilema moral que me supondría el tener tanta pasión por mi profesión?
Al fin y al cabo, como he dicho antes, escribir es mi terapia. Y escribiendo esto, me doy cuenta (y me reafirmo) en que esa es la gracia de la profesión. La pasión que puedo dedicar a cada cosa que haga. Sea escribiendo o delante de un micrófono. Haga lo que haga, estaré dando lo mejor de mi. Estaré emocionándome cuando locute una noticia del día. Enseñando orgullosa un artículo que me habrá traído dolores de cabeza por tres semanas. O publicando un reportaje que más allá de las horas que me habrá quitado de sueño, me elevará a una alegría que solo se siente si consigues terminar algo que te ha revuelto la cabeza.
Supongo que eso es lo que nos enseñaron en la universidad. Esa "piedra filosofal" que al principio no entendíamos (y hasta hacíamos burla de ello) y ahora le encontramos el sentido: el periodismo es bonito, es pasión y a la vez es desgarrador.
Es una fuente inacabable de mini-profesiones que hacen que el periodismo en si sea el oficio más bonito del mundo.
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