Capítulo 40: mi fobia

 Parece ser que este mes de junio estoy más emocional que nunca. En el post anterior, hablé un poco de los cumpleaños, de como había cambiado mi vida en un año y ms miedos (irracionales, pero latentes) hacia lo que estaba viviendo día a día. En el post de hoy, en cambio, hablaré de lo que sí ha sido un cambio en este último año: estoy superando una fobia. Guau, así escrito, me da hasta angustia. Soy consciente que debería haber escrito esto hace mucho tiempo. Que tal vez estoy abriéndome demasiado a un público que no me conoce o que no debería saber algo tan personal como esto. Pero escribir para mí es medicina pura y dura, me ayuda cuando no me salen las palabras y me alivia. Así que allá va.

No voy a extenderme demasiado ni a contaros mi vida año por año. Pero sí que voy a hablar de una forma que cualquiera que se sienta identificado, pueda encontrar un apoyo (virtual al menos) o un signo de alivio, del “sí se puede”. Te entiendo, de verdad.
Empezaré por el principio.

Desde pequeña, he tenido fobia a un médico en específico. Mucha gente, creo que leí que 3 de cada 4 personas, lo tiene; pero en mi caso estaba descontrolado. Al principio, eran tonterías que dejaba pasar. Pero como todas las fobias, cuando más les temes, cuando más las rehúyes, más se alimentan. Más grandes se hacen, más poderosas y más controladoras. Imaginaos algo así como un monstruo feo y amarillo, que poco a poco crece en tu interior y pasa de ser un cosquilleo en la barriga a un infierno andante: no te deja dormir, te oprime el pecho, hace que te marees. Te impide hacer tu vida. Pues eso, ese bicho feo crecía año tras año. Lo que empezó con una tontería, como os he contado, terminó creándome un complejo mayor. Ya me impedía hacer mi vida normal. Y, por ende, me afectaba en cuanto a la salud. Y con la salud cuidao, no es moco de pavo (que vieja he sonado, pero adoro esta expresión).

Hace un año, justo, me pasó algo estando en una cafetería comiéndome un bocadillo que me hizo hacer clic. En mi cabeza, una vocecilla que me había hablado algunas veces a lo largo de mi vida con el bicho me dijo: tienes que hacer algo. Ya. Y creo que, las personas en mi alrededor se dieron cuenta de que había tomado la decisión. Ese día lloré mucho. Y al siguiente. Y al otro. Tenía mucho miedo. Pero un día, decidí buscar por internet ese médico pero con la palabra “fobia” al final de la frase. Me quería informar, saber qué era una fobia, cómo podía ayudarme, quién me ayudaría. Así, entre nosotros, deciros que encontré multitud de videos y artículos interesantísimos, pero ninguna experiencia real de alguien que hablara sobre ella (o, al menos, no fui capaz de encontrarla). Vi dos clínicas con buenas reseñas, comentarios agradables y escritos de personas que habían tenido mucho miedo. Me reconfortó en ese momento “ver” que alguien había pasado por lo que estaba pasando yo.

Así que me animé.



No os voy a decir que el primer día fui y ya. Que va. Creo que fueron dos días en los que simplemente me paré frente al lugar, a verlo por fuera. Al tercero, me animé a llamar al telefonillo y subí. Recuerdo sudar mucho mientras subía las escaleras. Al entrar, empecé a llorar. Mientras escribo esto, siento algo en el pecho. Como que revivo ese momento en el que estaba tan asustada. Pero con una sonrisa, por ver por lo que he avanzado a lo largo de este año.

Sigo.

Entré y pregunté. Me dejé de vergüenza y les expliqué. No vais a creerme si os digo que me entendió desde el minuto uno, pero lo hizo. Me contó un poco cómo trabajaban con la gente con fobia y me reconfortó. Me dio la tarjeta y me animó a probar.
Al otro sitio ni pregunté.

Un mes después, aproximadamente, fui por primera vez y fue espantoso. Pero salí menos asustada. Al día siguiente, estaba hecha un cromo. Ya lo dicen, que cuando pasas tanta tensión, tanto miedo, al día siguiente puedes ver las consecuencias. Y efectivamente. Pero seguí yendo. Al otro día, llegué llorando, temblé, sollocé y lo conseguí. Al otro, ya solo lloré cuando estaba en la sala de espera. Pero no temblé. Al siguiente, no lloré, no temblé y me reí. Dos meses después, ya dormía más o menos tranquilamente la noche de antes. Me levantaba, desayunaba, leía un poco y me iba andando tranquilamente. Llegaba, me sentaba, conseguía estar un poco distraída y hasta conseguía (un poco), meditar.

Y hoy, llego saludando. Sonrío. ¿Paso miedo los días antes? Sí claro. En mi cabeza, tengo un temporizador que me dice cuantos días y horas me quedan para la siguiente visita. Pero también tengo una ventana pequeña en la que veo a la Berta de hace un año y me da ánimos.

Porque lo estamos consiguiendo.

Y sí, esta es mi historia de como le di una patada en el culo a la odontofobia. Ojo, que sigo yendo con el corazón en un puño y con la bilis en la boca. Me queda muuucho trabajo aún. Pero, como os digo, miro hacia atrás y veo todo lo que he conseguido, los pequeños pasos que he dado.

Y me enorgullece.

Así que sí, querido/a lector/a. Tú puedes. Con más o menos miedo, pero puedes. Dile a ese monstruo espantoso que tú eres fuerte, que vas a poder con ello. No se sube el Everest en un día (bueno, Kilian Jornet tal vez sí); pero paso a paso se consiguen las cosas. Si no lo crees, mírame a mí. Que no me imaginaba así, escribiendo este post aquí y ahora.
Pero ya ves, aquí estoy

Comentarios