Capítulo 19: ventanas, aire fresco y una videollamada.

Quinto día de confinamiento

こんにちは!

¿Cómo estáis? 
Vuelvo un día más a contaros un poquito como estoy llevando la cuarentena. Parece ser que el que no debe ser nombrado continúa y nosotros tenemos que seguir siendo responsables, quedándonos en casa. Aunque haya irresponsables que deciden ser egoístas y hacer lo que les plazca (como muestra un botón: ayer debajo de mi casa había un grupo de cuatro o cinco personas bebiendo cerveza. Para más inri, era el propietario del supermercado el que les sacaba la cerveza). 
Sí, vale, es un rollo estar todo el día encerrado en casa y sobre todo, muchos días seguidos. Pero esto no es una broma. Y si todos nos tenemos que quedar en casa, nos quedamos.

¿Que queremos ver a nuestros amigos? Existe Skype. O llamadas de Whatsapp. Por ejemplo, con mis compañeros de Universidad Laura, Edu, Marina o Júlia, hacemos videollamada para cualquier cosa (sobre todo para el cotorreo, pero también hacemos faena, que conste). O con Aleix: vemos alguna peli juntos, la comentamos, hablamos del día a día...

Ya lo dicen: las situaciones desesperadas exigen respuestas desesperadas. Y he visto muchas ya. En momentos así, vemos la parte más creativa de las personas. ¿Cuántos videos de Instagram hemos visto de gente jugando a tenis desde la distancia? ¿O montándose con sus peques un circuito digno de las Olimpiadas?

Pero vaya, que hoy no os venía a hablar de esto. 
Mi reflexión de hoy venía relacionada con las ventanas y todo lo que significan para nosotros estos días. Me explico.
Arquitectónicamente, todos sabemos lo que es una ventana. Poéticamente también, ¿no? La puerta al exterior. 


¿Pero qué significado tiene una ventana en estos días?
En temporadas de confinamiento, sea por elección o por obligación, las ventanas cobran un significado diferente. Por ejemplo, lo primero que hago nada más despertarme, cuando los pequeños huequitos de la persiana me regalan un poco de luz, es abrirla. Y sentir el aire fresco en las mejillas. Olerlo. Disfrutarlo. Es como que las malas energías, todo lo que no debería quedarse, se va. Se difumina.
O mi vecina del bloque de pisos de delante. Cada mañana, sale con su taza de café humeante y se despereza mirando al horizonte. O a la nada. Nunca lo sabré. Abre la ventana y sale al balcón. Se sienta en la silla de madera y abre un libro. No sé cual estará leyendo, pero lo disfruta. Y cuando el sol se va, o es la hora de comer; o simplemente su pequeño gato gris la reclama, vuelve a cerrar la ventana. Y tras ella, parece que ha desaparecido todo lo malo. Y pese no poder salir, siente como si se hubiera sentido un poco libre por un rato.
O la señora que sale cada mañana a su terraza (desperezando las cortinas primero, eso sí) y riega sus flores. De todos los colores: rosas, rojas, moradas y azuladas. Poco a poco, con un mimo que nunca antes había visto, les da el pequeño baño que ellas tanto piden. Posiblemente, su avanzada edad no le permite salir mucho de casa. Pero el pequeño ritual de cada mañana, con la regadera en una mano y la taza de té en la otra, le regala unos instantes que posiblemente sean mágicos e irrepetibles. Y que estemos todos en nuestras casas y que, en medida de lo posible, compartamos alguna que otra conversación, le hace darse cuenta que esta situación nos da un pequeño respiro entre tanto bullicio. 
Las ventanas y el aire parecen haber cobrado un significado totalmente distinto al que teníamos antes. Posiblemente, antes no disfrutábamos tanto: con las prisas, el día a día, las aglomeraciones. El contra reloj. 

En cambio ahora, es con todo el reloj. Tenemos plenamente las veinticuatro horas del día para estar en casa. En contra de nuestra voluntad, eso sí.
Pero sabiendo que es lo mejor y lo que tenemos que hacer.
¿Abrimos un rato la ventana?
Hasta mañana,
B.































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