Capítulo 30: ¿Por qué corro si me hace sufrir?

Hoy estoy de re-vuelta, ya que llega un punto que una pierde la cuenta de las veces que ha reactivado el blog. Disculpadme. 

Estaba yo esta mañana a las 9:15h haciendo sentadillas, corriendo calle arriba y calle abajo y tratando de recuperar el aire de mis pulmones cuando he pensado ¿y yo por qué narices corro si me estoy asfixiando?. Pues bien, la respuesta me ha venido muy veloz a mi mente cuando me he teletransportado al 2013-2014, cuando un día me desperté y decidí correr la famosísima Cursa de El Corte Inglés.

Ni corta ni perezosa, me calcé unos leggins, una camiseta cualquiera y me puse las bambas de correr. Y salí. No recuerdo mucho de esa carrera, pero si la sensación -llegando al Estadi Lluis Companys- de estupidez propia por haberme lanzado a hacer una carrera sin preparación previa. Recuerdo que, ese día, no llevaba el móvil encima, y mis padres estaban esperándome en la línea de llegada. 10km y pico después, cuando llegué a la meta, no los encontraba. Pedí ayuda a un amabilísimo Guardia Urbano, que llamó desde su teléfono a mi madre para avisarla que yo estaba allí perdida (y cansada, MUY cansada). Mi madre, aquí donde la leéis, se llevó un susto de muerte, ya que se pensaba que estaría dentro de una ambulancia (gracias mami por la confianza 😢). Después de esta andadura tan curiosa, entrené y entrené, haciendo alguna que otra carrera.

Peeeeeeero no todo podía ser tan bonito, ya que me lesioné la rodilla y tuve que parar un par de añitos. Volví: hice una Spartan, varias carreras, alguna que otra de montaña (mis favoritas) y alguna distancia más corta. 

Otra vez más, paré de nuevo.

Y volví, como aquella serie que esperas a que vuelva después de un gran parón. Más y mejor. Esta vez, fue gracias a la Cadena Ser y su sorteo, que me permitió ponerme el dorsal de la Marató de Barcelona del 2019. Obviamente, no la terminé, qué os pensáis (ojalá tener un poco de la fuerza de Iron Man).    Es más, los 16km y pico que hice fueron terribles. Terminé sin poder caminar ese día y con un cansancio terrible. Pero volví a sentir ese gusanillo de las carreras y me enamoré locamente. Como nunca antes lo había hecho. Si queréis, tenéis una entrada en mi blog explicando un poco el recorrido de ese día. 

Pero no os marchéis aún, que viene lo bueno.



En ese momento, el deporte se convirtió en una parte más esencial en mi vida. Corría varios días a la semana, veía los resultados y me motivaba a cada paso que hacía. ¿Sufría? Si claro. Cuando tocaba correr un día de noviembre, con baja temperatura y lloviendo no podía decir que estaba en el paraíso. Pero a parte de eso, a cada paso que daba, me emocionaba más con lo que hacía. Y ese debate de "sigo o no sigo" se alejaba más de mis pensamientos.
Tiempo después, cumplí uno de mis sueños: ser finisher de triatlón. Resumidamente, fue uno de los días más felices de mi vida.

¿Y a qué viene todo este rollo? A responder(me) a la pregunta del inicio. Correr me da fuerzas y me las quita. Me ilusiona y me decepciona. Me ilumina el camino y otras veces me lo embarra. Pero siempre trae consigo una pequeña alegría que me permite, al menos a mí, levantarme cada mañana con la ilusión que hoy será otro día en el que conseguiré dar un paso más que ayer.


Y efectivamente, después de muchos meses, he vuelto.
Y espero quedarme.

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