¡Buenos días a todos y a todas!
Estuve todo el día de ayer pensando si contarlo o no, porque aparte de ser una experiencia bastante surrealista, no tiene mucho más. Pero me
apetece contar el frenesí que vivimos el pasado domingo a media tarde.
Os pongo un poco en situación:
siete de la tarde, nos disponemos a recogerlo todo para que mi compañero de
ruta favorito vuelva a su dulce morada. Todo guardado después de un fin de
semana movidito, con esa resaca dominguera que todos tenemos - aunque el alcohol
no haya estado implicado en esas 24 horas-. Llegamos al garaje y en el momento
de colocar todos los instrumentos en su sitio decimos “Oye, ¿y el móvil?”.
Posiblemente le haya pasado a más del 90% de la población, eso de buscar
nuestro trozo de brazo extensible y, al no encontrarlo, entrar en un cólera que
ni el mismísimo Don Quijote con los molinos de viento.
En fin, que volvemos a casa, ponemos la habitación patas arriba (no estoy exagerando, el colchón dio una vuelta) y nada. Intentamos reconstruir los pasos, mientras yo me siento como Hércules Poirot intentando descubrir cualquiera de sus misteriosos asesinatos. Nada. Subimos y bajamos unas tres veces hasta que caemos en la cuenta que, tal vez, lo hemos perdido.
Hago un inciso, porque el drama que viene a continuación
puede parecerle exagerado a algunos. Puntualizo que vivimos en la Era en la
que todo, absolutamente todo, lo llevamos en el móvil: el banco, fotografías,
notas importantes, documentos, calendarios de trabajo… Y es difícil imaginarse
el volver a reconstruirlo todo. Casi diría que es la misma sensación que cuando
pierdes la cartera y piensas en la pereza que te da volvértelo a hacer todo,
inclusive el carné del Bonpreu.
Por casualidades de la vida, en
un momento de lucidez entre tantísimo estrés post posible pérdida del móvil,
miramos en esa aplicación de la misma marca del teléfono en la que puedes saber
exactamente dónde está. El sudor empieza a caer por mi frente cuando vemos que está ubicado exactamente en Sagrada Familia,
al lado del rey del fastfood. En ese momento, creo que nos damos cuenta que
realmente se nos ha caído en algún momento durante esos 100 metros que separan
mi casa del párking y que alguien lo ha cogido. En mí, se mezcla un mix de
rabia e impotencia. Alguien, que no sabemos quién, se ha aprovechado de un
descuido y se ha llevado algo que, para mi compañero en este caso, es importante. Nos
miramos, ambos con las miradas encendidas en llamas y decidimos que, lo más
sensato (y aprovechando que aún tenemos algo de cordura), es ir a la policía.
El trayecto es corto, pero se
hace eterno. Parece que todos los semáforos se han confabulado para estar en
rojo y tardamos una eternidad. “Lo siento, nosotros no podemos seguirlos,
aunque tengáis la ubicación exacta. Como mucho podéis poner una denuncia por si
aparece o lo intentan vender”. Mi cara en ese momento posiblemente es un
cuadro. Siento como si nosotros tuviéramos que tomarnos la justicia por nuestra
parte para recuperar algo que sabemos exactamente dónde está y en qué momento.
Al salir de la comisaria, volvemos a casa y en cuestión de minutos, esa pequeña
habitación atestada de libros, ropa de moto y un peluche de Grogu se convierte
en la sede de CSI Horta-Guinardó.
Os intentaré hacer una imagen
mental para poneros en situación. Agente B, yo misma, en el ordenador mirando
dónde se encuentra quienquiera que se haya llevado el móvil. “Triangulando la
ubicación” que dirían en las películas, con el teléfono fijo en una mano y el
ratón del ordenador en la otra. Informo al Agente A (que se ha ido en moto),
dónde tiene que ir. La conversación pasa de lamentaciones y enojo, con alguna
que otra palabra malsonante de por medio, a palabras sueltas como: calle Providencia
con Sardenya, Metro Sagrada Familia, izquierda, número 320. Corre.
En esos quince minutos la tensión (y la emoción, para que os voy a mentir lectores), están a flor de piel. Agente A sigue las indicaciones de Agente B, hasta que esta segunda oye “¡Eh, que ese es mi móvil!”. Mirad, en ese momento, se hace un silencio sepulcral. Aquiles, presente a mi lado como comandante de la operación, me mira con sus ojos amarillos y sabe que algo ha pasado. Pasan unos segundos, con unos estrepitosos gritos, con palabras que se entrecortan y un volumen demasiado bajo. El alboroto cesa, se oyen algunas palabras que posteriormente entenderé y la frase que no me esperaba oír en este curioso domingo: “Tengo el móvil, ahora vuelvo”.
Posiblemente, ahora que lo vemos
en perspectiva, ya no nos da tanta rabia pensar que esa persona quería llevarse
el móvil. Hasta podemos pensar que lo quería devolver. Ahora pasa que, de una
situación tensa e inquietante, queda una anécdota que posiblemente contemos a
lo largo de nuestra vida.
Eso sí, nosotros nos sentimos un
poco como el equipo A o como el Team Rocket cuando decía eso de “Para
proteger al mundo de la devastación. Para unir a todos los pueblos en una sola
nación. Para denunciar a los enemigos de la verdad y el amor. Para
extender nuestro poder más allá del espacio exterior. Jessie. James ¡El
Team Rocket despega a la velocidad de la luz! James: ¡Rendíos ahora o
preparaos para luchar!”
P.D. Que conste que cualquier parecido a la realidad es pura casualidad.
P.D. 2. Nótese la ironía😉
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